Desentrañando el valor invisible del conocimiento tácito
- Fernando Arévalo

- 15 oct
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 20 oct
A ver, seamos honestos. Todos tenemos esa habilidad secreta que no está en el currículum, ese "sabor" único que le damos al trabajo. Hablo de todas esas cosas que hacemos sin pensarlo demasiado, casi por inercia: el instinto que te dice que algo saldrá mal antes de que pase, el atajo mental que inventaste para saltarte diez pasos en un proceso tedioso, o esa manera casi mágica de calmar a un cliente furioso.
No son conocimientos que uno pueda buescar en Google o descargar de la nube. No están en el manual de procedimientos, ni en un drive compartido. Son la sabiduría práctica que uno va acumulando, gota a gota, a lo largo de los años. Es ese arte invisible que marca la abismal diferencia entre alguien que simplemente "hace su trabajo" y esa persona que, con una naturalidad desarmante, lo domina por completo.
Esto es lo que llamamos conocimiento tácito. En esencia es lo que sabes sin darte cuenta de que lo sabes. Y no es algo exclusivo de las grandes corporaciones; lo tenemos tú, yo, el equipo de la esquina, el pequeño emprendedor y hasta esa señora que lleva toda la vida horneando el mejor pan de la cuadra. Es la memoria viva de cómo se hacen las cosas de verdad.
La gran fuga de la sabiduría
Piensa en ese momento incómodo. Cuando un colega valioso decide emprender un nuevo camino o un experto se jubila, la empresa no solo pierde una silla vacía. Se lleva mucho más que su computador y sus archivos. Se va con ella su forma de pensar, sus trucos personales para salir del apuro, su visión intuitiva sobre un problema complejo. Es como si una parte del cerebro colectivo del equipo desapareciera de la noche a la mañana.
El mismo principio aplica para nosotros, los que emprendemos o cambiamos de proyecto. Toda la experiencia, las caídas, las lecciones aprendidas a golpe de ensayo y error... todo eso se queda encapsulado en nuestra cabeza. El verdadero peligro no es que se olvide, sino que no se cuente, no se comparta. Es una riqueza que, al guardarse, se congela. Se vuelve inerte.
De mente a mente: la receta humana para multiplicar el saber
El conocimiento tácito tiene una característica crucial: no se almacena, se transmite. No puedes meterlo en un archivo PDF para que otro lo lea; tienes que mostrarlo, tienes que contarlo, tienes que vivirlo con alguien más. Es un proceso inherentemente humano.
Y aquí es donde entra en juego una palabra clave: confianza.
Para que alguien se atreva a enseñar sus secretos, su manera especial de "engañar" al sistema para que funcione mejor, necesita sentirse seguro. Debe haber una cultura donde compartir no signifique perder poder o protagonismo. Si tienes miedo de que al revelar tu know-how te vuelvas prescindible, lo más lógico es que lo guardes bajo siete llaves. Pero esa actitud, a la larga, es la que estanca a toda la organización.
Las empresas más exitosas de hoy no son las que tienen la base de datos más grande o la mayor cantidad de información. Son aquellas que han logrado crear un ambiente fértil para que su gente aprenda activamente unos de otros. La clave está en transformar la experiencia individual en aprendizaje colectivo.
Un café y una conversación sincera: la tecnología no es la solución total.
Claro que la tecnología es una gran aliada. Un buen sistema de gestión documental puede ser la columna vertebral para el conocimiento explícito (lo que sí está en todo manual). Pero para el conocimiento tácito, la receta sigue siendo irremediablemente humana.
La verdadera magia ocurre en el espacio informal. En esa pausa para el café donde alguien comenta, casi por casualidad, el gran error que cometió y cómo logró salvarlo. En esa conversación sincera entre mentor y aprendiz. En ese momento donde se discute no solo qué se hizo, sino cómo se sintió, por qué se tomó esa decisión y qué no funcionó.
Ahí, en el intercambio desnudo de la experiencia, es donde se crea el conocimiento más poderoso, el que realmente transforma a una persona, un equipo o una empresa.
Al final, cuidar ese saber invisible es un acto profundo de inteligencia. Es proteger la memoria viva de cómo hemos logrado ser quienes somos. Y quizás, el mayor acto de grandeza y humildad que podemos hacer como profesionales no sea acumular más títulos, sino atrevernos a compartir con generosidad y mejor lo que ya sabemos. El conocimiento no se devalúa al compartirse; se multiplica.
Referencias sugeridas
Nonaka, I. & Takeuchi, H. (1995). The Knowledge-Creating Company. Oxford University Press.
Wenger, E., McDermott, R. A., & Snyder, W. M. (2002). Cultivating Communities of Practice: A Guide to Managing Knowledge. Harvard Business School Press
Polanyi, M. (1966). The Tacit Dimension. Doubleday. https://monoskop.org/images/1/11/Polanyi_Michael_The_Tacit_Dimension.pdf
FAO (2023). Knowledge Sharing Toolkit. https://sites.google.com/km4dev.org/kstoolkit
Wenger-Trayner, E. (2015). Communities of Practice: A Brief Introduction. https://www.wenger-trayner.com/wp-content/uploads/2022/06/15-06-Brief-introduction-to-communities-of-practice.pdf
Harvard Business Review (2024). The Human Side of Knowledge.




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